He discutido muchas veces con amigos –la mayor parte de ellos periodistas– sobre lo que significa “cosificar” a la mujer. Casi siempre, la discusión comenzó porque de pronto cortaban una conversación para darse la vuelta y mirar a una chica con los ojos desorbitados. Directo al trasero. O a los pechos. Y comenzaba yo con la eterna monserga de: oye, más respeto, ¿no ves que estás agrediéndola? 

Casi siempre la apurada justificación de mis amiguetes machirulos (a menudo sin ser conscientes, valgan verdades) era: “oe, lo único que hacemos es apreciar la belleza de las mujeres”. O: “¡bien que les gusta que las miren!” .

Y, sí, nos gusta que nos miren. Mejor dicho: nos gusta que nos mire la persona que queremos que nos mire, pero eso no es licencia para que cualquiera nos clave el ojo como si fuéramos, como decían las feministas de los 70, un pedazo de carne.

El debate sobre la cosificación de la mujer nació hace más de 40 años, con el boom de la sociedad de consumo y la relectura de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, donde la mujer era tratada como un elemento decorativo, incluso en los programas periodísticos, donde, mientras los hombres podían ser feos, gordos o viejos, ellas debían ser jóvenes, guapas y delgadas. Y, claro, en la publicidad, donde la mujer aparecía como un accesorio más que acompañaba a todo tipo de objetos en venta: autos, tragos, cigarrillos.

El término puede sonar algo anticuado (en efecto, hasta las propias feministas han dejado de usarlo), pero ahora está más vigente que nunca, porque la sociedad de consumo ha llegado a su nivel más alto y utiliza más que nunca a la mujer para vender. La publicidad, las revistas, las series de televisión, las películas, los videojuegos, los videos musicales, las noticias, los realities siguen mostrando a las mujeres como cosas y el asunto se ha naturalizado a tal punto que sólo se nota en algunos casos extremos.

Por ejemplo, en algunos programas faranduleros de la televisión donde se agrede salvajemente a ciertas mujeres jóvenes, desnudando su intimidad sin ninguna justificación sólo para hacer más rating. Es decir, para vender. Mejor dicho: para venderlas. Y nosotros las compramos en cada minuto que seguimos esos programas o cada vez que consumimos los productos que auspician esos programas. Imagínelo un momento cada vez que se lleve a la boca pedazos de Jahaira Plascencia, de Melissa Klug o de Jossmery Toledo, y los devore, simbólicamente, como quien devora un pedazo de bisté.

En sentido estricto, cosificar a la mujer es tratarla como si fuera una cosa, un objeto de consumo, algo que se puede comprar o vender. Algo sin identidad, ni pensamientos, ni sentimientos. Algo que puede ser poseído más allá de su voluntad. Algo hecho para el disfrute, virtual o real, de otra persona o personas. Y en ese marco, esa mujer no puede elegir quién la disfruta, derecho que hasta una trabajadora sexual posee, pues decide a quién presta o no sus servicios sexuales.

Lo más grave es que la mujer que consume eso en los medios termina considerando que es natural ser poseída contra su voluntad, ser agredida en las calles o acosada en las redes sociales. Por eso, en lugar de indignarse, a menudo se pone del lado del agresor, diciendo que sólo se trata de un “gileo” sano.

Porque, ojo, nada que sea impuesto es sano. Nadie te puede imponer su voluntad (sea en forma de deseo sexual o de simple curiosidad morbosa) si tú no lo has pedido. Por eso a mucha gente le parece natural que niñas de ocho o nueve años salgan bailando y cantando maquilladas y vestidas provocativamente en ciertos programas de televisión y que esa sexualización tan temprana no le parezca mal ni siquiera a sus madres.

Claro que la sexualidad, la belleza, la coquetería o el desnudo de la mujer no son malos en sí. Los biólogos dicen que han sido herramientas para facilitar el cortejo, el apareamiento y, por tanto, la perpetuación de la especie. Lo que es cuestionable es que se utilice a la mujer como mercancía. En suma, como una cosa. Es decir, una forma de trata tan repelente como cualquier otra.